miércoles, 18 de octubre de 2006

Concluyendo...

Aquí os he contado mi experiencia durante casi mil kilómetros recorridos en los que atravesé todo el norte de la península de punta a punta. Ha sido una de las mejores cosas que he hecho en mi vida, y una experiencia que nunca olvidaré. Ha supuesto un cambio, una evolución. La persona que salió de Sant Jean Pied de Port el 16 de septiembre de 2006 no es la misma que llegó a Finisterre prácticamente un mes después. Es algo que recomiendo y recomendaré siempre a todo el mundo, cualquiera puede hacerlo.

Todo se cumple...

martes, 17 de octubre de 2006

Etapa 32 - Olveiroa - Muxía - Fisterra

Me enfrentaba a la etapa que, en condiciones normales, es la más larga y más dura de todo el camino. Me quedaba sólo un día antes de volver a casa y estaba a tiro de piedra de Fisterra, y también a tiro de piedra de Muxía, pero no de las dos. Así que decidí intentarlo, salir muy temprano, llegar a Muxía y luego desde allí a Finisterre a ver la puesta de sol. Era una locura, después de un mes andando supuse que mis piernas aguantarían a buen ritmo y decidí enfrentarme a los sesenta kilómetros de la etapa.


Salí a las seis de la mañana del albergue, alumbrándome con las pilas de las chicas valencianas. Por lo menos ese día no llovía y, aunque me costó localizar alguna de las flechas, pude ir avanzando hasta llegar a un bar que hay en la bifurcación a Muxía y Fisterra. Allí me contó la camarera que un rayo había caído el día anterior durante la tormenta, dejando sin teléfono y sin electricidad a varios pueblos. Quizá sea exagerar, pero pudiese ser que Marian el día anterior, cuando me convenció para quedarme con ellas en Olveiroa, me salvara la vida.



Continué hacia Muxía, el camino era bonito, se respiraba genial con tanto eucalipto, y alternaba mi ritmo entre los cinco y los seis minutos por kilómetro. Ya no me importaban las subidas pronunciadas ni los caminos empedrados, me había hecho unas piernas todo terreno. Y un poco antes de llegar a Muxía pude ver el mar, por fin, desde que lo vi hacía un mes en el otro lado de la península, la había cruzado entera para llegar hasta el otro lado.


Muxía es muy bonito, de hecho me dio rabia no contar con más tiempo para poderlo ver mejor, pero algún día volveré a hacer una visita a todos estos pueblos de esta parte de Galicia.


Lo mejor de Muxía fue lo bien que me trataron en el ayuntamiento; me pusieron mi penúltimo sello y marcaron donde estaba Muxía en el mapa que viene en la parte posterior de mi credencial, "si no me importa" me preguntó el hombre. "Cada uno defiende lo que es suyo", le dije yo con una sonrisa, y entonces con eso detoné toda una historia de la importancia de Muxía en la ruta jacobea.

La virgen de la barca se le apareció aquí al apóstol, y fue canonizada, contando con una corona de cinco puntas. Al lado del santuario hay un conjunto de piedras que se identifican con las partes de la barca de la virgen, y cada una tiene asociados una serie de poderes curativos. De hecho, si estoy hubiese pasado en otra ciudad más grande, quizá no sería la virgen del Pilar la patrona, y sería la virgen de la barca.

El hombre me enseñó un montón de fotos antiguas de gente peregrinando a Muxía, referencias históricas y demás. Me dijo que hubo un tiempo en que mucha gente peregrinó a Muxía, pero al ver la iglesia que se perdía el control desde Santiago, trataron de anular ese camino y lo denominaron una ruta pagana.


Me dio mi muxiana y un mapa para llegar a Fisterra, explicándome bien todas las cosas que iba a encontrar por el camino, sobre todo un río que había que atravesar, aconsejándome dar un rodeo de cuatro kilómetros más.


Estuve allí una media hora, salí a la una y media, comí y empecé la ruta camino de Fisterra. Más bosques, más kilómetros que pude atravesar casi volando hasta que llegué a los metros más difíciles del camino. Ya me había cruzado con algún grupo de peregrinos que iban en sentido contrario al mío (de Fisterra a Muxía) que me habían advertido que no se podía cruzar el río, sobre todo tras la tormenta del día anterior había crecido y venía con una corriente muy fuerte, pero una chica sudamericana me dijo que ella lo había conseguido, apoyándose con su palo y me dijo que el agua le llegó por la cintura. Pensé que si ella lo había conseguido, yo también podría al ser más alto que ella. El cruce consistía en unos bloques rectangulares de piedra de unos cuarenta centímetros de alto, llegando el río a superarlos en unos sesenta centímetros más o menos. Coloqué la riñonera con todo lo que tenía de valor en lo alto de la mochila. Me descalcé y colgué las botas de la mochila. Desmonté los pantalones y me los arremangué.


Ya la primera piedra estaba torcida, y me costó pasarla. Las siguientes cada vez peor; clavaba el palo en el suelo del río hasta que lo notaba estable y me deslizaba con todas mis fuerzas hasta la siguiente piedra. Recuerdo en concreto tres piedras, las centrales, en las que lo pasé fatal y pensé en dar media vuelta, pero la idea de hacer cuatro kilómetros más me daba ánimos para seguir cruzando el río.

El agua me llegó muy cerca de la cintura, y en un par de ocasiones casi pierdo el equilibrio, pero al final lo logré. Lástima haber ido solo y no tener inmortalizado aquél momento.


El resto de la etapa, aunque lluviosa, se hizo corta, e incluso llegué a pasarme un par de kilómetros que tuve que retroceder. No pude ver la puesta de sol porque el cielo estaba nublado, pero conseguí mi finisterrana y conocí a Mónica, la hospitalera del albergue. Busqué un taxi para ir a dormir y cenar al albergue de Corcubión y así ver a Marian y Marina, pero fue imposible, ya no quedaban a esas horas, así que finalmente terminé cenando con Mónica en un bar de raciones que hay cercano al albergue. Tortilla, pulpo y pimientos de Padrón, todo delicioso, aunque lo mejor sin duda fue la conversación.

Por eso no me arrepiento nada de haber llegado desde Muxía a Fisterra, porque Mónica me contó la otra versión de la historia. Finisterre es el fin histórico del mundo conocido, el fin de la tierra por donde los romanos veían hace dos mil años suicidarse cada día al sol y escandalizarse porque igual al día siguiente no aparecía. Efectivamente Muxía podía haber sido un fin de ruta jacobea, pero eso no importaba, realmente Finisterre ni siquiera es el punto más alejado de la península, de lo que se trata es de una fuerte tradición de siglos de historia que hace purificarse a las personas que viajan hasta allí. Se trata de una tradición más que de una ruta impuesta por la iglesia. En cierto modo, podría decirse que la ruta religiosa es la que va a Muxía a ver a la virgen, y la "pagana" es la que va a Finisterre a purificarte.

Fue una conversación de lo más agradable, y también me comentó que ella, antes de ser hospitalera, también fue peregrina, e hizo años atrás el camino francés, pero en su parte francesa. Me dijo que está perfectamente señalizado también, que la gente es muy amable cuando ve que pones esfuerzo en aprender su idioma (de hecho el francés que ella sabía para hablar con los peregrinos franceses era de eso) y que es un poco más caro que la parte en España pero que merece muchísimo la pena porque es precioso, y que los albergues son una pasada de bonitos. Allí, en el "fin del mundo", cuando ya había llegado al fin del camino, sin darse cuenta, Mónica me había llevado otra vez al principio.

La próxima vez, desde Le Puy, ¡o desde París! ¡quién sabe!, que Santiago Mayor Peregrino guíe mis pasos. Todo se cumple...

lunes, 16 de octubre de 2006

Etapa 31 - Negreira - Olveiroa

Mi intención era la de llegar hasta Muxía, pero luego no fue posible y me quedé en Olveiroa. Es por eso que salí del albergue a las siete de la mañana.

Usé la linterna para cruzar los frondosos y laberínticos bosques que tiene Negreira a su salida, y llegando a la salida de uno de ellos me quedé sin pilas. Por un momento pensé que estaba perdido y que tendría que quedarme quieto en mitad de un bosque, lloviendo, durante una hora hasta que amaneciese. Pero no, Santiago se apiadó de mí y un minuto después, tras dar unos pocos pasos de ciego, vi una luz a lo lejos y di a una carretera, que pude seguir sin problemas.


Así llegué en un tiempo récord al albergue de Olveiroa, y al ir a tomar un bocadillo para ganar tiempo me sorprendió una tormenta, con lo que tuve que quedarme allí.



En el fondo fue una decisión acertada, primero porque conocí a dos chicas encantadoras de Valencia; Marian y Marina, con las que divertí la tarde, y segundo porque comí unas lentejas con arroz deliciosas en el albergue. Estas chicas empezaron el camino en Santiago, y sólo hacían la prolongación hasta Fisterra. Pensé que el camino hasta Fisterra no iba a ser más que un par de aburridos días andando solo sin conocer a nadie, pero estaba muy equivocado. De hecho pasamos parte de la noche y toda la tarde jugando a las cartas en el bar y charlando, y gracias a que Marina me dio unas pilas para mi linterna pude salir pronto al día siguiente y aprovechar bien todo el día.



De hecho el camino desde Santiago fue diferente, era como si la peregrinación hubiese terminado ya, eso fuese una propina y empezase mi nueva vida. Me sentía un peregrino a medias y disfrutaba más con la idea de llegar al mar que con los paisajes que veía. No esperaba conocer a gente como la que conocí, y estas chicas fueron un regalo; Marina es una chica muy simpática, es fisioterapeuta y se la ve buena persona. Y Marian es enfermera, por lo que hablé con ella deduje que es una curranta nata, de esa gente que rellena su tiempo libre con más cosas y al final termina por estar todo el día atareada. Además de tener unos ojos muy bonitos, como profundos, me fijé...



domingo, 15 de octubre de 2006

Etapa 30 - Santiago de Compostela - Negreira

Esa mañana nos juntamos todos a ver la misa del peregrino en la catedral. Yo, particularmente, no creo en la iglesia, pero no tiene nada que ver. Incluso para un no creyente, o para un ateo, es un momento emocionante. Se trata más que nunca de una celebración.

Ayer por la noche, tras toda la euforia, estuvimos en un buen restaurante (¡Se me había olvidado lo que era eso!) tomándonos una buena mariscada, por todo lo alto, con un buen vino blanco gallego, gozando de, como dice Esther, orgasmos gastronómicos producidos por las papilas gustativas. Y todos estábamos felices, todo el mundo reía, incluso Yama sin enterarse de los chistes de Paco alias el Sevi, hasta Eugenia con el que, en su día a día, tiene que ser un tío serio y responsable como Vicente.

Pero no, no fue anoche, la verdadera celebración fue esa mañana, a las doce en punto, cuando la catedral estaba a punto de reventar escuchando a la gente feliz, en la única catedral viva del mundo. Fue muy bonito escuchar al matrimonio que celebraba ese día sus bodas de oro, y también lo fue escuchar las peticiones de los peregrinos en los diferentes idiomas, pero para mí el momento más emocionante de la misa y uno de los más emocionantes de mi vida, fue cuando subió al micrófono un hombre que tenía algo muy importante que contar.


Nos dijo que en diciembre del año pasado le diagnosticaron un cáncer en los dos pulmones. Era muy grave, le dieron un par de meses de vida y su salud comenzó a empeorar rápidamente. Llegó febrero y le dieron la extrema unción. Él le pidió a Dios que le diese fuerzas para hacer el camino de Santiago, que no le dejase morir sin haber cumplido su sueño.

Fue entonces cuando, contra todo pronóstico, empezó a recuperarse para sorpresa de los médicos y unos días antes que yo, el nueve de septiembre, empezó el camino francés. El mismo día que yo, el glorioso día catorce de octubre de 2006 terminó en Santiago, y alcanzó la gloria cuando se puso delante de ese micrófono. Nos dijo también que no éramos conscientes de la fuerza que todos nosotros ponemos en el camino cuando peregrinamos, que a él le había ayudado mucho y que siguiésemos haciéndolo. Lloré, y toda la catedral aplaudió como nunca, fue increíble.

Después vino la despedida, en la fuente de los caballos nos dimos todos un fuerte abrazo y la pena nos inundó, sobre todo al ver llorar a Yama, porque sabíamos que su llanto era de impotencia por no poder despedirse como quería. Yo, me fui el primero, no me gustan nada las despedidas.


El camino de Fisterra - Muxía es el único que tiene la catedral de Santiago como salida en lugar de como meta, y aunque este dato pueda parecer anecdótico (a mí me lo pareció), no lo es para nada. Porque dejar a tus espaldas la catedral de Santiago es un dolor, hace llorar. Viéndola a lo lejos eres consciente de que ya no caminas de la misma forma.






Llegué a Negreira cruzando la preciosa cascada de un pueblo intermedio, y cruzando también bosques quemados por gente sin corazón. Negreira no es bonito, pero uno tiene tan en la cabeza Santiago que ya nada importa.


sábado, 14 de octubre de 2006

Etapa 29 - Pedrouzo - Santiago de Compostela

No se puede explicar con palabras. Llegando a Santiago te invade un sentimiento mixto de pena, alegría y emoción; no sabes cómo es posible que puedas estar triste y alegre a la vez, pero así es.




Santiago ya está ahí, tras tantos kilómetros de penitencia, ya puedes ver las torres de la catedral a lo lejos y entonces se te pone la piel de gallina y se aprieta más ese nudo que tenías en la garganta y que no ha parado desde que viste en el camino una piedra que ponía "Santiago".



Atraviesas una y otra calle, con una ilusión que no sabes cómo expresar, buscando rápido tras las esquinas para ver si ya está ahí la catedral. Hasta que por fin llega...


Y la ves ahí, con todo su esplendor, es una catedral hecha para los peregrinos, para gente como tú que un buen día decidió salir varios cientos de kilómetros atrás de algún sitio perdido para hoy ser el protagonista y entrar con el corazón en un puño en la plaza de El Obradoiro.

Y yo no suelo llorar, de hecho pocas personas me han visto hacerlo y pocas veces lo he hecho, pero cuando crucé el arco que da acceso a la catedral, solté una lagrimilla.

Porque en ese momento sabes que eres una persona especial en este mundo, sabes que tienes que hacer algo grande, algo importante, que todo esto no va a quedar impasible tras tus pasos. Y poco importa que te den un papel con tu nombre en latín para enmarcarlo en la pared, poco importa pasar gratis donde sea, dar el abrazo al santo o que te inviten a comer o a un descuento en el billete de avión de vuelta a casa. A quien más quieres abrazar es a esa niña que no entiende una palabra de español y que conociste hace tres días, o a ese hombre que bien podría ser tu padre y con el que te has reído lo mismo que un día de juerga con tus mejores amigos, o a gente que viste en las primeras etapas y ahora vuelves a encontrarte frente a la catedral porque el destino no ha querido que los vuelvas a ver hasta hoy, o a esos chicos que viven en tu misma ciudad y que sólo a cientos de pueblos de vuestros barrios ibas a conocerles para que ahora sean tus amigos.

Ahora ya está todo hecho, eres una persona nueva, renovada, el mundo ya no lo volverás a ver con los mismos ojos y sabes que volverás a cruzar algún día el mismo camino que te ha traído hasta aquí. Cuando tengas un problema acudirás a Santiago Mayor Peregrino y él ya se encargará de velar porque tus pasos en esta vida sigan el mismo camino que los que un día te llevaron desde un pueblo perdido que no sabías ni que existía hasta el sitio donde han viajado tantos y tantos sueños.

Ahora ya sabes que sí, que es verdad, que "todo se cumple..." y que Santiago Mayor Peregrino tiene un seguidor más...





viernes, 13 de octubre de 2006

Etapa 28 - Melide - Pedrouzo

Por fin hicimos una etapa corta, treinta kilómetros que discurrían por campos planos verdes de vacas y pequeños bosques de eucaliptos, paralelos a una carretera. Pueblos sin más sentido que cuatro pequeñas casas y un par de animales. De hecho, no pasamos por ningún sitio que tuviese nada importante que fuese digno de ver, y paramos a comer pan con chorizo y jamón sentados en el suelo.




Pedrouzo no es mucho más grande y su albergue, como todos los albergues gallegos, decepcionante. La política del donativo ha terminado con todos sus albergues; el albergue está hecho una mierda y la gente no deja donativo, y como no se deja donativo no se mejora el albergue. Es horrible llegar tras una paliza de kilómetros y no poder darte una ducha de agua caliente.

Quizá la ausencia de servicios sirve para hacerte ver que el camino son las personas y no las piedras, y aquí se demostró, la tristeza de empezar la última etapa al día siguiente se convertía en nervios, y los nervios en una extraña euforia por llegar ya a Santiago por fin.

Cenamos todos juntos en una hamburguesería de Pedrouzo. Pascualín, Gonzalo y yo con Esther, Sonsoles, Óscar y Joana. Por fin los habíamos vuelto a alcanzar, y allí conocimos a Yama, un chico japonés muy alegre y dinámico, a un hombre sevillano que era el amo de la fiesta y a alguna que otra nueva incorporación al improvisado grupo. Conversación y risas, con temas sin relación encadenados hicieron que la pena quedase en un segundo plano, para disfrutar las últimas gotas que quedan de camino...



jueves, 12 de octubre de 2006

Etapa 27 - Portomarín - Melide

La etapa iba a ser muy dura, y de hecho lo fue. Fueron cuarenta kilómetros bajo un paisaje que cada vez se iba tornando menos bonito y que discurría en su mayoría por los andaderos de las carreteras. De hecho lo más destacable de la etapa fue que comimos en Palas de Rei, una ciudad que no tiene demasiado encanto, pero que nos atendió bien.


Entrando ya en La Coruña conocimos a Luís y a Beatriz, padre e hija, él casado con una madrileña y ambos murcianos. Viven en Murcia y los dos se dedican a la educación física. La conversación con gente nueva hizo el camino mucho más ameno y los cuarenta kilómetros acabaron rápido.


Luís es un apasionado como yo de la historia de El Cid Campeador, y la cuenta como la siente, con tuda su fuerza. Realmente aprecia su actitud, su lealtad. "Qué buen vasallo si tuviese un buen señor", decía, como ejemplo a qué difícil es gestionar a la buena gente que tienes debajo tuyo.


Y así llegamos a Melide, con otro deficiente albergue, esta vez sin agua caliente. Parece mentira que pasen estas cosas en pleno siglo XXI. Puedo pasar por unas malas instalaciones, por un sitio sin servicios, incluso por mala comida o por situaciones similares que no dependa de la administración del albergue directamente pero no por esto, ni siquiera había sello ni hospitalero y, sintiéndolo mucho, ha sido la primera vez en un mes que he salido de un albergue sin dejar ni un duro de donativo, además de bastante cabreado...

Todo eso se olvidó después en el bar Ezequiel, famoso sitio de Melide donde comimos un pulpo delicioso hasta que nos hartamos por cuatro duros. Estuvimos con unos chicos extranjeros, con Bea y Luís, y ahí se produjo uno de los hechos del camino que marcaron la experiencia, más bien confirmaron todos esos días de reflexión. Durante cuatro veces, al verter el vino en mi vaso y después beber un poco, aparecía en la superficie del líquido una perfecta cruz metida en un círculo, incluso vimos cómo se formaba poco a poco. A Luís se le puso la carne de gallina e incluso llamó a su mujer para contárselo, todo el mundo alucinó, incluido yo, por supuesto.


Durante toda mi vida, especialmente desde unos siete años atrás, me ha acompañado la buena suerte. Esa sensación de que podría haber sido horrible en lugar de maravilloso si no hubiese pasado algún detalle sin importancia. Mi madre dice que tengo estrella y otra gente que estoy cargado de buena energía. Yo siempre he pensado que llevo una protección, que "alguien" (o "algo") me acompaña siempre, pues nunca me siento solo. Quizá se trate de una manifestación de eso...

Todo se cumple.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Etapa 26 - Sarria - Portomarín

Las ganas de llegar a Santiago iban aumentando de forma exponencial según nos íbamos acercando. Parecía que era ayer cuando había empezado la aventura y había pasado casi un mes. Veía a mis compañeros quejándose de los dolores que en su día tuve como ellos y que ya había superado completamente. Mi cuerpo se acostumbró perfectamente al camino y los kilómetros pasaban livianos. El tiempo en el camino pasa deprisa...



Galicia a esas alturas era una costumbre visual, seguía siendo igual de verde y bonita que cuando estábamos en El Cebreiro, pero el ojo ya se había acostumbrado a los paisajes y los pueblos eran muy sosos, sin ningún tipo de encanto. De hecho los pueblos se solían resumir en un par de casas de piedra que huelen fatal y ni siquiera ofrecen algo al peregrino. El encanto de Galicia queda meramente en su paisaje.



La etapa discurrió tranquilamente, sobre túneles de naturaleza muy acogedores, con un poco de lluvia en momentos muy concretos solamente para asustar. Llegamos al final de la etapa hasta Portomarín, y comimos un menú en uno de los mesones que hay en la calle principal de la iglesia. Merece la pena hacer noche en las ciudades grandes como Portomarín, porque sientes estar en un sitio mucho más cálido que los pequeños pueblos, es lo que tiene Galicia.


Portomarín es bonito, sus escaleras a la entrada y el puente sobre el río es algo muy pintoresco, y ver la antigua ciudad inundada asomando sobre el río, y el bajo puente a una altura menor del puente nuevo es impresionante. Sobre todo pensar que ahí, donde ahora cubre el agua, hubo gente viviendo. Tuvimos la suerte de poder ver muchas paredes y resto, porque el río estaba bastante bajo, y es una pasada.



Así llegamos al austero albergue, que está muy desatendido y no tenía hospitalero en un principio. La verdad es que aunque funcione por donativo, podrían imponer un precio aunque fuese bajo, para mejorar las deficientes instalaciones.

La iglesia es muy bonita, los dos rosetones son preciosos y la verdad es que merece bastante la pena verla por dentro. Un mendigo nos advirtió que en Gonzar estaba cerrado el albergue por obras, y eso nos salvó de quedarnos tirados y tener que hacer doce kilómetros de más.

Fue el mismo mendigo con el que estuvimos hablando mientras cenábamos, el que nos confesó que vivía en el camino. Era gaditano y se dedicaba a pedir en la iglesia para comer y poder dormir en los albergues. Realmente me impresiona mucho que pueda haber gente que viva de y en el camino...

martes, 10 de octubre de 2006

Etapa 25 - Sarria - Samos - Sarria

Desayunamos en el mesón O Tapas unas tostadas y así fue la temporal despedida. Retrocedí sobre mis pasos por el camino hasta llegar al monasterio de Samos, por donde no había pasado el día anterior por ser una etapa alternativa, y allí, en un par de horas, me encontré con Pascualín y Gonzalo. Fue genial encontrarme de nuevo con ellos, porque hacía tres semanas que no les veía y porque el camino iba a ser una gozada con ellos, y yo lo sabía.



La bajada por la carretera hasta Samos es muy fea, pero la vuelta la hicimos por una ruta alternativa que une Samos con la ruta oficial. Fue horrible, aunque a priori evitamos el tramo de tramo de carretera hicimos algo así como una docena extra de kilómetros, aunque entre las risas y la ilusión por estar otra vez juntos se nos pasó rápido el tiempo. Eso sí, la ruta y la etapa fueron muy bonitas, aunque la ausencia de pueblos con algún servicio la hicieron bastante más dura. Prácticamente desde Samos la ruta discurrió por unos caminos entre bosques cerrados que nos arroparon en todo momento.



Al final volvimos a dormir en la misma habitación del mismo albergue, y Tita nos trató como siempre, quedándome con muy buen sabor de boca de Sarria y del albergue Los Blasones.