miércoles, 11 de octubre de 2006

Etapa 26 - Sarria - Portomarín

Las ganas de llegar a Santiago iban aumentando de forma exponencial según nos íbamos acercando. Parecía que era ayer cuando había empezado la aventura y había pasado casi un mes. Veía a mis compañeros quejándose de los dolores que en su día tuve como ellos y que ya había superado completamente. Mi cuerpo se acostumbró perfectamente al camino y los kilómetros pasaban livianos. El tiempo en el camino pasa deprisa...



Galicia a esas alturas era una costumbre visual, seguía siendo igual de verde y bonita que cuando estábamos en El Cebreiro, pero el ojo ya se había acostumbrado a los paisajes y los pueblos eran muy sosos, sin ningún tipo de encanto. De hecho los pueblos se solían resumir en un par de casas de piedra que huelen fatal y ni siquiera ofrecen algo al peregrino. El encanto de Galicia queda meramente en su paisaje.



La etapa discurrió tranquilamente, sobre túneles de naturaleza muy acogedores, con un poco de lluvia en momentos muy concretos solamente para asustar. Llegamos al final de la etapa hasta Portomarín, y comimos un menú en uno de los mesones que hay en la calle principal de la iglesia. Merece la pena hacer noche en las ciudades grandes como Portomarín, porque sientes estar en un sitio mucho más cálido que los pequeños pueblos, es lo que tiene Galicia.


Portomarín es bonito, sus escaleras a la entrada y el puente sobre el río es algo muy pintoresco, y ver la antigua ciudad inundada asomando sobre el río, y el bajo puente a una altura menor del puente nuevo es impresionante. Sobre todo pensar que ahí, donde ahora cubre el agua, hubo gente viviendo. Tuvimos la suerte de poder ver muchas paredes y resto, porque el río estaba bastante bajo, y es una pasada.



Así llegamos al austero albergue, que está muy desatendido y no tenía hospitalero en un principio. La verdad es que aunque funcione por donativo, podrían imponer un precio aunque fuese bajo, para mejorar las deficientes instalaciones.

La iglesia es muy bonita, los dos rosetones son preciosos y la verdad es que merece bastante la pena verla por dentro. Un mendigo nos advirtió que en Gonzar estaba cerrado el albergue por obras, y eso nos salvó de quedarnos tirados y tener que hacer doce kilómetros de más.

Fue el mismo mendigo con el que estuvimos hablando mientras cenábamos, el que nos confesó que vivía en el camino. Era gaditano y se dedicaba a pedir en la iglesia para comer y poder dormir en los albergues. Realmente me impresiona mucho que pueda haber gente que viva de y en el camino...

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