martes, 17 de octubre de 2006

Etapa 32 - Olveiroa - Muxía - Fisterra

Me enfrentaba a la etapa que, en condiciones normales, es la más larga y más dura de todo el camino. Me quedaba sólo un día antes de volver a casa y estaba a tiro de piedra de Fisterra, y también a tiro de piedra de Muxía, pero no de las dos. Así que decidí intentarlo, salir muy temprano, llegar a Muxía y luego desde allí a Finisterre a ver la puesta de sol. Era una locura, después de un mes andando supuse que mis piernas aguantarían a buen ritmo y decidí enfrentarme a los sesenta kilómetros de la etapa.


Salí a las seis de la mañana del albergue, alumbrándome con las pilas de las chicas valencianas. Por lo menos ese día no llovía y, aunque me costó localizar alguna de las flechas, pude ir avanzando hasta llegar a un bar que hay en la bifurcación a Muxía y Fisterra. Allí me contó la camarera que un rayo había caído el día anterior durante la tormenta, dejando sin teléfono y sin electricidad a varios pueblos. Quizá sea exagerar, pero pudiese ser que Marian el día anterior, cuando me convenció para quedarme con ellas en Olveiroa, me salvara la vida.



Continué hacia Muxía, el camino era bonito, se respiraba genial con tanto eucalipto, y alternaba mi ritmo entre los cinco y los seis minutos por kilómetro. Ya no me importaban las subidas pronunciadas ni los caminos empedrados, me había hecho unas piernas todo terreno. Y un poco antes de llegar a Muxía pude ver el mar, por fin, desde que lo vi hacía un mes en el otro lado de la península, la había cruzado entera para llegar hasta el otro lado.


Muxía es muy bonito, de hecho me dio rabia no contar con más tiempo para poderlo ver mejor, pero algún día volveré a hacer una visita a todos estos pueblos de esta parte de Galicia.


Lo mejor de Muxía fue lo bien que me trataron en el ayuntamiento; me pusieron mi penúltimo sello y marcaron donde estaba Muxía en el mapa que viene en la parte posterior de mi credencial, "si no me importa" me preguntó el hombre. "Cada uno defiende lo que es suyo", le dije yo con una sonrisa, y entonces con eso detoné toda una historia de la importancia de Muxía en la ruta jacobea.

La virgen de la barca se le apareció aquí al apóstol, y fue canonizada, contando con una corona de cinco puntas. Al lado del santuario hay un conjunto de piedras que se identifican con las partes de la barca de la virgen, y cada una tiene asociados una serie de poderes curativos. De hecho, si estoy hubiese pasado en otra ciudad más grande, quizá no sería la virgen del Pilar la patrona, y sería la virgen de la barca.

El hombre me enseñó un montón de fotos antiguas de gente peregrinando a Muxía, referencias históricas y demás. Me dijo que hubo un tiempo en que mucha gente peregrinó a Muxía, pero al ver la iglesia que se perdía el control desde Santiago, trataron de anular ese camino y lo denominaron una ruta pagana.


Me dio mi muxiana y un mapa para llegar a Fisterra, explicándome bien todas las cosas que iba a encontrar por el camino, sobre todo un río que había que atravesar, aconsejándome dar un rodeo de cuatro kilómetros más.


Estuve allí una media hora, salí a la una y media, comí y empecé la ruta camino de Fisterra. Más bosques, más kilómetros que pude atravesar casi volando hasta que llegué a los metros más difíciles del camino. Ya me había cruzado con algún grupo de peregrinos que iban en sentido contrario al mío (de Fisterra a Muxía) que me habían advertido que no se podía cruzar el río, sobre todo tras la tormenta del día anterior había crecido y venía con una corriente muy fuerte, pero una chica sudamericana me dijo que ella lo había conseguido, apoyándose con su palo y me dijo que el agua le llegó por la cintura. Pensé que si ella lo había conseguido, yo también podría al ser más alto que ella. El cruce consistía en unos bloques rectangulares de piedra de unos cuarenta centímetros de alto, llegando el río a superarlos en unos sesenta centímetros más o menos. Coloqué la riñonera con todo lo que tenía de valor en lo alto de la mochila. Me descalcé y colgué las botas de la mochila. Desmonté los pantalones y me los arremangué.


Ya la primera piedra estaba torcida, y me costó pasarla. Las siguientes cada vez peor; clavaba el palo en el suelo del río hasta que lo notaba estable y me deslizaba con todas mis fuerzas hasta la siguiente piedra. Recuerdo en concreto tres piedras, las centrales, en las que lo pasé fatal y pensé en dar media vuelta, pero la idea de hacer cuatro kilómetros más me daba ánimos para seguir cruzando el río.

El agua me llegó muy cerca de la cintura, y en un par de ocasiones casi pierdo el equilibrio, pero al final lo logré. Lástima haber ido solo y no tener inmortalizado aquél momento.


El resto de la etapa, aunque lluviosa, se hizo corta, e incluso llegué a pasarme un par de kilómetros que tuve que retroceder. No pude ver la puesta de sol porque el cielo estaba nublado, pero conseguí mi finisterrana y conocí a Mónica, la hospitalera del albergue. Busqué un taxi para ir a dormir y cenar al albergue de Corcubión y así ver a Marian y Marina, pero fue imposible, ya no quedaban a esas horas, así que finalmente terminé cenando con Mónica en un bar de raciones que hay cercano al albergue. Tortilla, pulpo y pimientos de Padrón, todo delicioso, aunque lo mejor sin duda fue la conversación.

Por eso no me arrepiento nada de haber llegado desde Muxía a Fisterra, porque Mónica me contó la otra versión de la historia. Finisterre es el fin histórico del mundo conocido, el fin de la tierra por donde los romanos veían hace dos mil años suicidarse cada día al sol y escandalizarse porque igual al día siguiente no aparecía. Efectivamente Muxía podía haber sido un fin de ruta jacobea, pero eso no importaba, realmente Finisterre ni siquiera es el punto más alejado de la península, de lo que se trata es de una fuerte tradición de siglos de historia que hace purificarse a las personas que viajan hasta allí. Se trata de una tradición más que de una ruta impuesta por la iglesia. En cierto modo, podría decirse que la ruta religiosa es la que va a Muxía a ver a la virgen, y la "pagana" es la que va a Finisterre a purificarte.

Fue una conversación de lo más agradable, y también me comentó que ella, antes de ser hospitalera, también fue peregrina, e hizo años atrás el camino francés, pero en su parte francesa. Me dijo que está perfectamente señalizado también, que la gente es muy amable cuando ve que pones esfuerzo en aprender su idioma (de hecho el francés que ella sabía para hablar con los peregrinos franceses era de eso) y que es un poco más caro que la parte en España pero que merece muchísimo la pena porque es precioso, y que los albergues son una pasada de bonitos. Allí, en el "fin del mundo", cuando ya había llegado al fin del camino, sin darse cuenta, Mónica me había llevado otra vez al principio.

La próxima vez, desde Le Puy, ¡o desde París! ¡quién sabe!, que Santiago Mayor Peregrino guíe mis pasos. Todo se cumple...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mira por donde, en vez de estar caminando por el fin de la tierra, estoy aquí convaleciente delante de un ordenador, y de pronto encuentro tu blog y pienso...como me suena este chico...Un beso y gracias por tu relato, y por dejarme ser un poquito parte de tu Camino. Monika, la ayudante de hospitalera de Fisterra

Jose Ignacio Hita Barraza dijo...

Mónica!! Joder qué alegría, menuda sorpresa!! El mundo es un pañuelo!! Oye, déjame un correo y hablamos :)

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Miguel Muñiz dijo...

mañana empienzo el camino a fisterra, lo hice el año pasado pero fui por cee y no por muxia,gracias por compartir tu experiencia

buen camino...